"Es feo cuando a uno le dicen; hasta luego. Pero a mí me dijeron, sáquese a chingar a su madre!"
Lalo Tex
Vocalista del mejor grupo de rock en Texcoco, Texcoco
(que por cierto anda estrenando disco)
En buena onda Ulises, ya lárgate.
la mano que se estrella en la pantalla
"Es feo cuando a uno le dicen; hasta luego. Pero a mí me dijeron, sáquese a chingar a su madre!"
Es de imaginar que la historia de lo que ocurre una vez que la guerra civil española es ganada por Francisco Franco pudo haber tenido sus primeros bocetos en las múltiples conversiones que del Toro tuvo con su mentor Emilio García Riera (1931-2002), historiador y republicano residente en México desde 1944 . O si se prefiere, se puede remitir al argumento de El espinazo del Diablo, ubicado temporalmente en la misma época.
El argumento de la película en su parte real pareciera un homenaje personal del director a Emilio García Riera cuya frase favorita era; El cine es mejor que la vida, porque en la película vence la resistencia Republicana al batallón franquista y hasta se podría pensar que el Capitán Vidal (Sergi López) encarna a un mini Franco.
Cuando la pequeña Ofelia (Ivana Baquero) tiene que entrar al corazón del gran árbol para devolverle la vida, podemos observar los insectos de Mimic.
Del Toro dirigió en 2002 Blade 2 y eligió la ciudad de Praga porque le parecía que la ciudad contaba con un ambiente tétrico natural. Para El laberinto... del Toro elige a la orquesta sinfónica de Praga para interpretar la canción de arrullo que Mercedes (Maribel Verdú) tararea para Ofelia antes de dormir, es en ese momento en que la canción se escucha interpretada por la sinfónica de Praga y la pieza se convierte en un personaje de la película.
Aquí también es posible apreciar una de las influencias más grandes de Del Toro: Alfred Hitchcock. Para el master del suspenso la música tenía que convertirse en un personaje más, la muestra más clara es el sonido de violines en Psycho, en la famosa escena de la regadera.
Nunca te había visto llorar así. No te conocí cuando tenías cinco años porque yo aún no llegaba a este mundo, pero tu llanto era como el de tu hija, mi sobrina, cuando sus lágrimas salían desconsoladamente y su boca emitía un lamento constante. Aunque ella lloraba porque se pinchaba el globo, porque la piñata tan bonita de su fiesta de cumpleaños finalmente se había quebrado o simplemente porque no había llorado en todo el día. Pero la expresión de tu cara era idéntica a la de aquella niña que tantas veces consolé y que con mis muecas convertí su llanto en risas que evaporaban las lágrimas y sofocaban los lamentos con carcajadas.
Yo regresaba de ver el estado de los trámites burocráticos en el área de admisión del hospital y tú estabas sentada en una jardinera de la explanada. Estabas con él, el dueño de la toalla con su pronombre bordado, sus abrazos y el sol del mediodía parecían no calentar, siquiera un poco. Tampoco removían el terror acumulado que significa para ti, y para todos los tuyos, ingresar de nuevo al quirófano. La impotencia de soportar la inmunidad al dolor ajeno que han desarrollado enfermeras, camilleros y residentes del lúgubre nosocomio.
No quise acercarme, a lo lejos observé y respeté la intimidad que merecía tu dolor.
Desde 1999 dejaste de contar tu edad en años y ahora la cuentas en operaciones, que ocho años después suman 33, la edad del Cristo. Afortunadamente en está última operación tu vida, una vez más, fue prolongada por las bendecidas manos del doctor Fer, ese cazador de demonios, y su equipo. El mal parido liposarcoma nos ha trastocado la vida a todos los que te queremos, devora tu fuerza y la convierte en miedo. Pero no ha podido robarse la luz de tu mirada ni tu fuerza de voluntad para combatirlo todos los malditos días que se ha mantenido alojado en tu cuerpo el grandísimo hijo de puta.
Por fortuna nos queda una última carta por jugar, quisiera creer que podemos ganar pero depende absolutamente del odioso azar.
Te amo hermana, tu dolor es también mío y si pudiera te daría mi vida.