viernes, octubre 13, 2006

Extirpar el dolor

Nunca te había visto llorar así. No te conocí cuando tenías cinco años porque yo aún no llegaba a este mundo, pero tu llanto era como el de tu hija, mi sobrina, cuando sus lágrimas salían desconsoladamente y su boca emitía un lamento constante. Aunque ella lloraba porque se pinchaba el globo, porque la piñata tan bonita de su fiesta de cumpleaños finalmente se había quebrado o simplemente porque no había llorado en todo el día. Pero la expresión de tu cara era idéntica a la de aquella niña que tantas veces consolé y que con mis muecas convertí su llanto en risas que evaporaban las lágrimas y sofocaban los lamentos con carcajadas.

Yo regresaba de ver el estado de los trámites burocráticos en el área de admisión del hospital y tú estabas sentada en una jardinera de la explanada. Estabas con él, el dueño de la toalla con su pronombre bordado, sus abrazos y el sol del mediodía parecían no calentar, siquiera un poco. Tampoco removían el terror acumulado que significa para ti, y para todos los tuyos, ingresar de nuevo al quirófano. La impotencia de soportar la inmunidad al dolor ajeno que han desarrollado enfermeras, camilleros y residentes del lúgubre nosocomio.

No quise acercarme, a lo lejos observé y respeté la intimidad que merecía tu dolor.

Desde 1999 dejaste de contar tu edad en años y ahora la cuentas en operaciones, que ocho años después suman 33, la edad del Cristo. Afortunadamente en está última operación tu vida, una vez más, fue prolongada por las bendecidas manos del doctor Fer, ese cazador de demonios, y su equipo. El mal parido liposarcoma nos ha trastocado la vida a todos los que te queremos, devora tu fuerza y la convierte en miedo. Pero no ha podido robarse la luz de tu mirada ni tu fuerza de voluntad para combatirlo todos los malditos días que se ha mantenido alojado en tu cuerpo el grandísimo hijo de puta.

Por fortuna nos queda una última carta por jugar, quisiera creer que podemos ganar pero depende absolutamente del odioso azar.

Te amo hermana, tu dolor es también mío y si pudiera te daría mi vida.

2 comentarios:

Ruga dijo...

Ahhh, pues si es feo eso cuando tienes a algún familiar que por una cosa u otra lo tienen que operar, pero si hay apoyo y todo y se puede salir adelante, no hay que dejarse llevar por el malamen y es mejor estarse feliz.

Laura Hernández dijo...

Leo,
Qué hermoso texto! Caramba lo apluaudo de pie!
:)